La música es celosa, y al alejarte de ella, se va olvidando de ti. Tus dedos no vuelven a sentirla, y donde antes escuchabas armonía, ahora solo hay ruido. Por eso, debes procurarla diariamente, mirarla con atención, y aprender a conocer todos sus estados de ánimo. No importa si se muestra a través de la boca de un mariachi o por el sonido vacío de una bocina; sabrás reconocerla, aunque la escuches a lo lejos, en medio de la carretera, y aunque la fiebre pareciera provocarte alucinaciones, sabes que es ella.
Esto yo lo sabía y la reconocía; la tenía entre las teclas de mi piano y la interpretaba a detalle, pero ahora debo dejar de tocarla porque ella no es mía. Mis dedos no le pertenecen a su armonía; mi voz, aunque la llame a lo lejos, solo será como un día lluvioso que impide continuar mi camino por miedo a las inundaciones, que no me permiten ver los obstáculos o esquivar las tortugas gigantes que pudieran estar viviendo en ese lugar al que llaman hogar, pero que se posan quietas, lejos de casa, recordando los océanos que recorrieron por años y generaciones. Ahora, vive atrapada en una prisión de cuatro paredes donde parece que el reflejo es de alguien que se rinde, pero no es así, simplemente aprendió a reconocer el momento de dejar ir la música para que sea libre y resuene en lo alto, con una armonía que llene el corazón de alguien que pueda tenerla cerca para apreciarla en toda su extensión.
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